Tras la invasión y conquista de Egipto por Gawhar al-Siqilli (el Siciliano), general del califa fatimí al Mu’izz li Din Allah y por encargo de éste, fue fundada en el año 969, una nueva capital, al-Qahira al Norte de al-Fustat, a la que dos años después el califa fatimí trasladó su corte desde al-Mansuriya (Túnez).
Al-Qahira, fue diseñada siguiendo un plano cuadrado de unos 1.200 metros de lado, atravesado por un eje principal Norte-Sur. Rápidamente fue fortificada, contando el recinto con ocho puertas, dos en cada uno de sus lados. En un principio murallas y puertas fueron de adobe, pero pronto fue sustituido este material por la piedra. Tres de esta monumentales puertas levantadas en las últimas décadas del siglo XI, sustituyendo a las de adobe, han permanecido in situ hasta nuestros días: Bab an Nars (Puerta de la Victoria) y Bab al-Futúh (Puerta de las Conquistas), en el muralla norte y Bab al-Zuweila en el lienzo sur.
Inmediatamente el califa fatimí al’Mu’izz il-Din Allah ordenó la construcción de la gran Mezquita congregacional de al-Azhar (970-972) en el centro de su nueva capital y pocos años más tarde fue dotada de una Escuela Coránica con el objeto de divulgar la jurisprudencia chií, convirtiéndose así en la Universidad Islámica más antigua del Islam y una de las más prestigiosas. Durante siglos esta mezquita ha sido objeto de restauraciones y ampliaciones, y hoy se nos muestra como una armoniosa mezcla de estilos arquitectónicos.
En al-Qahira los califas fatimíes edificaron sus palacios y erigieron mezquitas y otras instituciones religiosas durante los doscientos años que pervivió su califato. Los palacios se han perdido, pero bellísimas mezquitas han llegado a nuestros días: la gran mezquita de Al-Hakin (s. XI) y las pequeñas y bellas al-Aqmar (s. XII) y de Salih Tala’i (s.XII), entre otras. Pero al-Fustat siguió siendo un importantísimo centro comercial, la capital de Egipto en términos de poder económico y administrativo hasta el año 1168, cuando un pavoroso incendio acabó con una de las ciudades más esplendorosas y bellas del mundo.
En el año 1168 un ejército cruzado al mando de Amalarico I, monarca del Reino Latino de Jerusalén (fundado tras la Primera Cruzada) penetró en el delta de Egipto sembrando la destrucción a su paso hasta llegar a la desprotegida al-Fustat, sitiándola y exigiendo su rendición. Ante el inminente ataque, Shawar, gran visir del joven califa Al-Adid, ordenó su evacuación e incendio para que sus inmensas riquezas no cayeran en manos de los Cruzados, y así aquella populosa, bella y rica ciudad, fundada en el siglo VII desapareció quinientos años después pasto de las llamas, ardiendo durante 54 días.
La debilitada dinastía fatimí, incapaz de hacer frente al invasor Cruzado pidió ayuda a la vecina y poderosa dinastía de guerreros, los Selyúcidas, que eran sunnitas. Estos sin dificultad repelieron a los Cruzados y a su llegada a El Cairo derrotaron a los fatimíes, enviándolos al exilio. Salah al-Din al-Ayyub (Saladino para los Cruzados) restauró el gobierno sunita y no tardó en convertirse en soberano de Egipto, fundando su propia dinastía: Ayyubi (1171-1250), con el reconocimiento del Califa de Bagdad.
Salah al-Din (Saladino) dejó su impronta proyectando y construyendo la Ciudadela (al-Qala’a al Yabal) en el año 1176, que se convertiría en la sede del Sultanato Ayubí.
La Ciudadela (al-Qala’a), una fortaleza imponente emplazada sobre un espolón de piedra caliza en las estribaciones de las montañas de al-Moqattam, dominaba al-Qahira al Norte y al-Fustat por el Sur, fue construida siguiendo el modelo de las fortalezas de los Cruzados y en sus gruesos muros se emplearon bloques de las mismísimas pirámides de Guizah. Las grandes murallas intercalan cada 100 metros enormes torres comunicadas por estrechos corredores, entre ellas destacan: Burg al-Ramla y Burg al-Haddad (en el ángulo oriental del lienzo norte), impresionantes torres circulares de 21 metros de altura de tres plantas, dotadas de escaleras interiores y diversas estancias y corredores con troneras abocinadas. Desde su construcción estas torres se usaron como acuartelamientos para los soldados.
Salah al-Din (Saladino) ordenó la construcción de un acueducto (que ha llegado a nuestros días) para llevar el agua desde al-Fustat hasta su Ciudadela, con el fin de suministrar agua potable y garantizar el riego de los sembrados situados en sus alrededores, y también la excavación de un pozo en el sector Sur de la ciudadela. Este pozo conocido como Bir Yusuf fue excavado en 1183, llegando a una profundidad de 87 metros, alcanzando el nivel de las agua del Nilo.
Posteriormente el sultán al-Kamil Ibn al-‘Adil (1200-1218) edificó los Palacios Reales, adonde se trasladó con su familia y en los que estableció la sede del poder.
Esta imponente fortaleza defensiva ayubí fue posteriormente renovada y ampliada por mamelucos y otomanos, y ha sido centro administrativo, político y militar durante siglos y lugar de residencia de los gobernadores de Egipto durante 700 años. Su legado es una colección de torres, palacios (hoy museos) y mezquitas de muy diferentes estilos: ayubí, mameluco y otomano.
Salah al-Din proyectó también la construcción de una gran muralla para reunir el conjunto de las tres ciudades en un mismo recinto, convirtiéndolo en una verdadera fortificación, pero únicamente se prolongó el lienzo norte de época fatimí hasta el Nilo. La muralla que debería unir al-Fustat con al-Qahira no llegó a acabarse.
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