Petra aquella ciudad, capital de los nabateos, maravillosa y espléndida en la Edad Antigua, quedó a lo largo de la Edad Media apartada de los nuevos itinerarios de caravanas y también de las rutas de peregrinaje a La Meca, permaneciendo durante siglos desierta y olvidada.
A principios del siglo XIX, una institución británica contrató a un joven suizo llamado Johann Ludwing Burckhardt para viajar a África y explorar las regiones desconocidas del interior del continente. Entonces los viajeros occidentales no eran bien recibidos en las regiones musulmanas, sus vidas podían correr peligro. Burckhardt se preparó a conciencia. Estudió árabe, el Corán y las tradiciones islámicas, y haciéndose pasar por musulmán con el nombre de «Ibrahin Ibn Abdallah» viajó solo durante dos años recorriendo Próximo Oriente. Mientras recorría la actual Jordania oyó hablar de una antigua ciudad oculta entre montañas impenetrables y quiso conocerla. Dado que este misterioso lugar estaba situado cerca de la Tumba de Aarón (hermano de Moisés), profeta venerado por los musulmanes, y lugar de peregrinaje, fingió haber hecho la promesa de sacrificar una cabra en honor del profeta para que su viaje no suscitara recelo.
Acompañado por un guía, Burckhardt penetró en un estrecho desfiladero oculto por adelfas, con las paredes cubiertas de nichos y en cuyo suelo quedaban vestigios de un antiguo pavimento de piedra. El sinuoso pasaje atravesaba la montaña, ensanchándose y reduciéndose y, tras caminar durante veinticinco minutos, llegaron a un punto en el que el pasadizo se abría repentinamente permitiendo ver una fachada monumental excavada en la roca. Contemplaba el monumento que los beduinos llamaban «Khazneh a-Foroun» (El Tesoro del Faraón) y creían que era un palacio construido mucho tiempo atrás por un poderoso mago, al que llamaban Faraón, para depositar allí sus tesoros. Quedó impresionado. El y su acompañante continuaron entre tumbas rupestres hasta llegar a un teatro, igualmente tallado en la roca. Más adelante apareció un gran valle rodeado de montañas y colinas, en el que había montones de piedras labradas, columnas derrumbadas en el suelo, vestigios de calles pavimentadas y edificios derruidos. Era una ciudad fantasma. Todo se encontraba en ruinas a excepción de una construcción monumental que se conservaba en parte en pie, el llamado Qasr al-Bint Faroun (El Palacio de la hija del Faraón). A Burkhardt le resultaba imposible disimular su emoción y tomaba notas en su diario. Su actitud despertó la sospecha del guía que le acusó de ser un infiel en busca de tesoros. El sol se ponía cuándo llegaron a la base de Jebel Haroun, en cuya cima se hallaba la tumba del profeta. Agotado y temiendo por su vida optó por realizar allí mismo el sacrificio y volver sobre sus pasos. Era el día 22 de Agosto de 1812 y Burckhardt escribió en su diario «parece muy probable que estas sean las ruinas de la antigua Petra«. Sus notas y dibujos consiguieron atraer la atención del mundo.
La noticia del hallazgo de Petra despertó rápidamente el interés de otros europeos que acudieron afrontando los riesgos del viaje y la hostilidad de los beduinos que allí vivían. En mayo de 1818 dos comandantes de la Marina Real Británica, C. Irby y J. Mangles pasaron unos cuantos días recorriendo la antigua ciudad. En 1825 fue visitada por León de Laborde y en 1839 por el británico Davis Roberts a quien debemos unos dibujos sorprendentemente precisos. Los comentarios, dibujos y grabados de unos y otros contribuyeron a aumentar la fascinación por el lugar en Occidente, y durante la segunda mitad del siglo XIX Petra, a pesar de ser un destino apartado, de difícil acceso al que se llegaba con muchas dificultades desde Jerusalén en caballo o camello recibió visitantes. Los especialistas catalogaron todos los monumentos de Petra en 1898 y en 1925 se diseñaron los primeros mapas precisos.
A principios del siglo XX se estableció un campamento cerca del Qasr al Bint para los turistas europeos, que ofrecía alojamiento en tiendas de campaña o en cuevas. Hasta 1980, cuando se estableció un servicio regular de autobús desde Ammán, las instalaciones del lugar eran mínimas. El pueblo cercano Wadi Musa siguió siendo un lugar tranquilo, a pesar de que Petra fuera declarado Parque Nacional. Han sido precisamente las excavaciones arqueológicas llevadas en Petra las que poco a poco han permitido el autentico descubrimiento de los nabateos y su cultura.
Hoy, no hay un solo circuito a Jordania que no incluya su visita; una visita rápida, breve y masificada, que apenas permite descubrir la auténtica Petra. Petra no es sólo el Siq (o desfiladero que da acceso a la ciudad), el Tesoro, el Monasterio y la visita a alguna que otra tumba, es mucho más, requiere varios días (dos como mínimo) para descubrir realmente esta «capital del Reino Nabateo».
Hay que recorrer de madrugada y en silencio el desfiladero o «Siq» para acceder al «Tesoro» y de ahí a la calle de las Fachadas, al Teatro, al Decumanos, al Ninfeo, al Temenos, al Gran Templo, al Templo de los Leones Alados y a la Iglesia Bizantina.
Al atardecer hay que visitar las Tumbas Reales excavadas en la ladera de Jevel al-Khuktah: la Tumba del Carmín, la de Sextus Florentinus, del Palacio, Corintia, de la Seda y la impresionante Tumba de la Urna.
Hay que acceder al Altar de los Sacrificios, uno de los antiguos lugares de culto nabateo, y recorrer la ruta del Wadi Farasa, descubriendo el Triclinio del Jardín, la Tumba del Soldado Romano, la Tumba del Renacimiento… Hay que subir relajadamente al Monasterio (al-Deir). Contemplar la Tumba Inacabada, el Columbario y sus Museos.
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